Grandezas y miserias de una sociedad desbordada
Desde que comenzó la batalla contra el Coronavirus de turno, qué desgracia constatar su maligna presencia cada cierto tiempo, hemos aprendido muchas cosas. Algunas buenas y otras malas. Entre las buenas la gran solidaridad del pueblo español para acatar el confinamiento obligado y por otra el grandísimo ejemplo dado por las profesiones sanitarias, cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, con el inestimable apoyo de las fuerzas militares. Entre las malas, la tremenda falta de información veraz y de capacidad de reacción que día a día nos transmitían nuestros gobernantes.
La declaración de guerra contra el Covid-19, fue tardía, lenta y mal configurada. No valieron los tremendos ejemplos de China y posteriormente de Italia. Nuestros gobernantes estaban más pendientes de otros asuntos, que de proteger a su pueblo. Es frecuente entre los humanos buscar culpables ante situaciones catastróficas como la terrible pandemia que estamos sufriendo, pero quizás en las actuales circunstancias, la madre Naturaleza tenga que cargar con las culpas, a no ser que se pruebe la mano del hombre en el origen de la misma.
Quizás por ello haya que buscar responsables más que culpables. Así pues en esta guerra de supervivencia, establezco tres escalones: responsables, prisioneros y rehenes.
Son responsables nuestros gobernantes por la inexcusable falta de previsión de todo lo que se nos venía encima porque ya se manejaban indicios a mediados de Febrero. La incapacidad para tomar decisiones coherentes, ya ejecutadas por otros países y por tanto testadas por sus buenos resultados, ha sido notoria. La falta de una información veraz no politizada ha sido tantas veces puesta de manifiesto, que la credibilidad y autoridad de los diversos Comités ha quedado absolutamente desacreditada. Solo la certeza diaria de contagiados, ingresados en UCI, hospitalizados y fallecidos, llegaban a todas las casas, horrorizando al pueblo español por las dimensiones de la catástrofe.
Pero si además nuestros gobernantes enviaban a la guerra a nuestros sanitarios, sin armas ni bagajes, es decir sin los más elementales recursos de autoprotección ante el contagio, podrían incurrir posiblemente en terrenos cercanos al delito penal, más allá de las preceptivas Leyes de Riesgos Laborales.
La larga legión de contratos de compras de material de protección mal gestionados y mal ejecutados, la ingente cantidad de tests defectuosos importados, la carencia casi absoluta de trajes de protección personal y la guerra, esta sí, tragicómica de las mascarillas y protectores faciales, hacen pensar en la nula capacidad de nuestros gobernantes para sacarnos de esta cruel crisis.
Son prisioneros de esta guerra, los médicos y todos los estamentos sanitarios. Obligados por su profesión pero sobre todo por vocación a enfrentarse todos los días al terrible enemigo, con las mismas pocas armas que el día anterior. Obligados a luchar contra la angustia de ver como se iban agotando las camas de hospitalización y especialmente las de cuidados intensivos, decidiendo a veces muy a su pesar como emplear mejor sus últimos recursos para lograr la mayor tasa posible de supervivencia.
Y que decir de la Atención Primaria. Primera línea de fuego y muchas veces asistiendo a pecho descubierto por falta de protección. Con la ilusión de dar prioridad a los más enfermos y con el temor del probable contagio. Médicos, enfermeras y sanitarios en general, nadie ha faltado al trabajo y temo que todos los días al salir de casa, han pensado si volverían tan sanos como salieron.
Pero en esta guerra también hay rehenes. Son como siempre los más débiles, los más desfavorecidos. Me refiero claro está a los residentes de Centros y Residencias de Mayores. Allí en la soledad de su situación de más o menos dependencia, anterior a la pandemia, han sido hechos rehenes del brutal virus, que se ha cebado en toda esa carga de fragilidad. Las altisonantes declaraciones de las autoridades sanitarias considerando a los Centros de Mayores, principal punto de contagios, no se ha correspondido con la ayuda masiva de material de protección y de cercana supervisión. Sólo cuando ha habido miles de contagios en ellos y centenares de fallecidos, se ha actuado con algo más de recursos, pero una vez más la incompetencia o el abandono inconsciente de la Administración, ha hecho a los residentes rehenes del sufrimiento o incluso de la muerte.
Transcurridos ya dos meses de desigual combate, vemos algunos destellos de esperanza. Los terribles sacrificios de médicos y personal socio sanitario han alcanzado ya el famoso pico que tanto pregonaban los políticos. ¿Ha sido necesario llegar a decenas de miles de víctimas para ver la luz en las decisiones de los gobernantes? ¿Se merece esto el pueblo español, que ha contribuido con su ejemplar confinamiento a ayudar en lo que se le ha pedido?
El reconocer los errores y pedir disculpas, tan infrecuente entre los políticos españoles debería ser algo normal y honroso, pero dudo mucho que las veamos. La Justicia, esa institución ciega y por tanto ajena a presiones, ojalá que así sea, tendrá mucho que decir cuando acabe esta pesadilla.
Publicado en Diario de Sevilla
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