Las vacunas no son obligatorias, pero sí necesarias
Cuando Fleming desarrollo la penicilina se dio un gran paso en la lucha contra las infecciones bacterianas. Pero los dos grandes hitos que han permitido el desarrollo de la SALUD (con mayúsculas) en el mundo han sido la POTABILIZACION DEL AGUA Y EL DESARROLLO DE LAS VACUNAS.
Pero existe una gran dificultad en el mundo desarrollado de hoy que va parejo a la tremenda eficacia de las vacunas. Su gran éxito ¡las ahoga! Cuanto mejor es una vacuna, más eficaz, más se olvida su efecto, porque la enfermedad va desapareciendo del entorno vacunado. Esto crea un caldo de cultivo que permite a los anti vacunas poder argumentar verdaderas “barbaridades” llegando a permitir, en un alarde surrealista, ponerlas en tela de juicio.
Esta circunstancia aumenta paralelamente al desarrollo de los pueblos. Cuanto más desarrollados estamos, cuantas más y mejores vacunas se lanzan, menos importancia les damos. Estamos en una sociedad donde se valora mucho la acción y la reacción inmediata. Del mismo modo se le exige esto a los medicamentos y a las actuaciones médicas en general. Sin embargo, conforme la vacuna es más eficaz, su efecto se va olvidando, porque la infección y la enfermedad van desapareciendo del entorno donde se aplica, llegando incluso a hacerla desaparecer del mapa. Se consiguió con la viruela, ¡gracias a la vacuna!. La OMS pensaba que en el pasado milenio se iba a acabar con el sarampión y la polio, hecho que no acaba de conseguirse por múltiples causas, pero que confluyen todas en una, la más importante, no ser posible aplicar las vacunas en determinados puntos geográficos del mundo.
¡Vacuna donde puedas y cuando puedas! No se debe nunca perder la oportunidad de aplicar una vacuna allí donde sea necesaria. La vacuna es algo que actúa silenciosamente, pausadamente, nos entrena en una gran carrera, larga pero segura, a luchar con nuestras propias armas, que son las mejores, a vencer a la enfermedad. Ese es el gran valor de la vacuna, convertirse en el entrenador personal de nuestra inmunidad, para que cada vez que llegue el contrincante (el microbio que nos quiere enfermar) lo derrotemos con nuestras propias armas. Por ello cuando en mi consulta de pediatra un familiar me pregunta: ”¡Ah!, ¿pero todavía existe el sarampión?” o “yo no he pasado la varicela, ¿puedo enfermar?” y un largo etcétera de ejemplos, siempre respondo lo mismo: las enfermedades no tienen edad, si no la ha pasado, consulte con su médico y si existe una vacuna para prevenirla, vacúnese.
La “costumbre” de vacunar se ha desarrollado fundamentalmente gracias a los pediatras, que tomaron el estandarte de la vacunación y nos han llevado a ser uno de los países con las mejores tasas de coberturas vacunales del mundo.
Esto era así, y digo bien, era así, porque las tasas de vacunación en general están bajando en España, y las consecuencias las estamos viendo en los últimos cinco años: brotes de sarampión, resurgimiento de la varicela, casos de gripe y tosferina, y hasta vuelta de la difteria. Y posiblemente, para desgracia nuestra, otros que nos tienen que llegar.
Desde hace más de dos décadas vengo diciendo, y así lo expongo en algunas de mis charlas, que el mundo es muy, muy pequeño. Ya no se viaja en barcos de vapor o en camellos por el desierto; muchos de los que padecían una enfermedad, morían por el camino y con ellos el riesgo de transmitir la enfermedad. Que mejor ejemplo y más reciente que el ébola.
El ébola se conoce mucho antes que el SIDA; sin embargo como los que lo padecían y morían lo hacían en mitad de la selva o la sabana, prácticamente era una enfermedad desconocida. Pero hete aquí que estas personas, (allí también va llegando el progreso), viajan con rapidez a sus ciudades, de las cuales parten aviones que llevan al “primer mundo” en horas con lo que el contagio es fácil y puede producirse en cualquier punto del planeta. Esto vale para cualquier enfermedad subsidiaria de ser transmitida entre personas.
El caso del pequeño con difteria por desgracia era de esperar, como el de otras enfermedades, y ¿quiénes son los responsables?: todos aquellos que no se vacunan y/o toman la decisión de no vacunar a los menores. Aquellos que en un alarde de “modernidad y progresismo” ponen en peligro a sus hijos, que NO pueden dar su opinión. Yo les garantizo, después de más de 30 años ejerciendo como pediatra, que ningún niño quiere enfermar, y menos morir, más aún si la enfermedad ERA PREVENIBLE.
Por último no quisiera terminar mi alegato en favor de las vacunas sin poner un dedo en otra llaga. Creo que como pediatra tengo derecho a criticar la actuación de determinados entes públicos, políticos y no políticos. Vacunas que podrían estar al alcance de cualquier médico para prescribir a sus pacientes, como por ejemplo la vacuna contra la varicela y la vacuna contra la meningitis B, no pueden ser administradas sabe Dios con que argumentos, nunca bien explicados, quizás porque estos no puedan trasladarse a la opinión pública sin sonrojo. Con ello se está permitiendo que, derechos incuestionables como la libertad del individuo y la libertad del médico en la prescripción, se vean totalmente coartados sin ningún fundamento científico. Se está permitiendo que los padres, en su afán por evitar sufrimientos a sus hijos y protegerlos, importen vacunas sin ningún control, sin registro de las mismas, y de esta forma, tan poco conozcamos las tasas vacunales en nuestro país. Muchas de estas vacunas, productos biológicos sometidos a rigurosos controles de temperatura, pierden su eficacia, permitiendo después que se pueda mantener que a pesar de administrar la dosificación adecuada, la vacuna no ha servido para nada. Realmente lo que no ha servido es la medida incongruente, tomada en contra de la opinión de TODAS las Sociedades Científicas.
¿Es que aquellos que tienen que dar la autorización saben más que todos los del resto de Europa o EEUU, y más que todos nuestros científicos? ¿Es que España tiene que seguir siendo diferente? ¿Es que tiene que estar la vida de un niño no vacunado en peligro de muerte para que se diga que existe la posibilidad de disponer la obligación de administrar vacunas? ¿Es lícito que vacunas aprobadas, contrastadas durante años, no las pongan al alcance de la población bajo supervisión médica? Pero, ¿¡¡¡donde estamos!!!? ¿Es que un niño o adulto francés, inglés, portugués o alemán tiene más derechos que un español?
¿Y por qué no utilizar todo el sistema sanitario para permitir la más eficiente administración de vacunas a nuestra población? ¿Por qué para conseguir la gratuidad se obliga al paciente a acudir a centros públicos, pese a que la opción del sujeto para cuidar de su salud haya podido ser otra? No deben existir buenos argumentos para defender esta opción cuando ya solo está vigente en unas pocas comunidades autónomas.
Los poderes públicos no deben estar haciéndolo especialmente bien en este tema cuando no es lo mismo ser francés que español, y lo que es peor todavía, valenciano o andaluz. La política es política y la salud es salud.
Seguimos dando pie a los anti vacunas, seguimos haciendo las cosas deficientemente, y en definitiva seguimos perdiendo oportunidades de volver a ser lo que ya éramos: un ejemplo en el mundo por nuestras tasas de vacunación. Por favor, dejemos hacer a los que saben y solo tienen la preocupación de mejorar la vida de sus pacientes.
Dr. Alfonso Carmona Martínez - Vicepresidente I RICOMS y pediatra
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